Después de la muerte del gran Papa Alejandro VI, la figura de César Borgia cayó en desventura.
En muy pocos años conquistó toda la Italia central y sus proyectos para el otoño de 1503 era la conquista del norte Italiano empezando por Pisa, Florencia y después, quizás con un cambio de alianzas, el ducado de Milán. Fue el primer intento después de los romanos de unificar Italia y si fracasó, no fue debido en modo alguno a su falta de ingenio, sino a que Alejandro VI, su gran apoyo y valedor, murió tres o cuatro años antes de asentar las conquistas, de sin lugar a dudas el primer Principe del Renacimiento.
Un 18 de agosto de 1503, poco después de las once de la noche moría de malaria el Papa Alejandro VI. Las potencias extranjeras: Francia, España, Nápoles y los Estados italianos se confabularon contra César, no se podían permitir el nacimiento de quizás la nación más poderosa de Europa: el Estado Pontificio.
El papa Julio II obligó a abdicar a Cesar Borgia sus posesiones en la Romaña; tras su huida a Nápoles fue arrestado y hecho prisionero por los españoles y desde allí llevado en dos galeras hacía España. Fue prisionero durante unos meses en el Castillo de Chinchilla y de ahí, tras un vano intento de fuga fue trasladado al inexpugnable Castillo de la Mota en Medina del Campo. Un 26 de octubre de 1506, dos años después de su apresamiento se descolgaba de la torre del homenaje del castillo: Italia volvía a temblar.
Sus miras eran regresar a Italia y recuperar sus posesiones, pero no pudo ser. Se refugia en las tierras del reino de Navarra que por aquel entonces se hallaba en guerra con Castilla. El rey Don Juan de Navarra tiene el honor de nombrarlo Capitan General de su ejército y de utilizar su talento militar.
Una noche borroscosa y cerrada, mientras las tropas de César tenían sitiada la ciudad de Viana, los castellanos aprovechan el mal tiempo para aprovisionar de viveres el castillo que era de dominio castellano, en plena faena son descubiertos por los centinelas navarros. Cesar monta en cólera por el descuido y salta sobre su caballo sin mirar si lleva escolta, al cruzar por el portal de La Solana, el caballo pierde las manos. Señal según los antiguos de mal augurio, pero nada detiene al Borgia. Pronto alcanza la retaguardia enemiga y por su propia mano mata a tres hombres. Los castellanos al ver a ese solitario caballero se revuelven contra él y lo asedian a espaldas de un barranco, llamado Barranca Salada. Tras una enconada lucha, varios soldados castellanos se le tiran encima. Cesar blande su espada contra uno de ellos descuidando su flanco derecho. La estocada de una pica penetra por su sobaco y lo derriba del caballo. De pie con todo el cuerpo bañado en sangre sigue peleando, pero su lucha es baldía, siendo acribillado por la jauría a lanzazos. Y así, en el sombrío amanecer de un 11 de marzo de 1507 la llama de su mirada se debilita y expira Cesar Borgia: el primer Príncipe del renacimiento. El gran condottiero. Duque de Valentinois y señor de la Romaña. Jamás ha habido tanta fuerza en un cuerpo tan pequeño.
Fue sepultado en el interior de Iglesia de Santa María de Viana, en un hermoso sepulcro gótico de alabastro y hasta principios del siglo XVII se podía leer su epitafio, que así decía:
“Aquí yace en poca tierra
el que toda le temía
el que la paz y la guerra
en su mano la tenía.
Oh tú, que vas a buscar
dignas cosas de loar
si tú loas lo más digno
aquí pare tu camino
no cures de más andar.”
César Borgia estuvo muy poco tiempo en muchos sitios, y su muerte tampoco sería una excepción. El obispo de Calahorra se encargaría de eso: consideró un sacrilegio que los restos de un hombre con el pasado de César descansasen en lugar sagrado. Los sacó y los enterró en el exterior de la iglesia, a los pies de su escalinata, en la calle Mayor: “para que en pago de sus culpas le pisotearan los hombres y las bestias.” Triste final, y muy mal reconocimiento para el que fuera el prototipo del hombre renacentista.
En los últimos quinientos años, sus restos mortales todavía serían exhumados dos veces más. Aún hoy se debate si deben volver al interior del templo. Desde 1953 descansa en una irreverente tumba en el suelo, frente a la puerta principal de la iglesia de Santa María de Viana, donde se puede leer: “César Borgia generalísimo de los estados de Navarra y Pontificios. Muerto en los campos de Viana el XI de marzo de MDVII.”
Los españoles contrariamente a otros pueblos, no cultivamos el respeto a nuestros personajes ilustres. Carecemos ídolos, salvo a Dios. Somos beatos e incultos, gozosamente incultos. Éste es un lugar dónde la envidia cava fosas profundas e insondables.
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